Y mamarás la leche de las naciones, el pecho de los reyes mamarás; y conocerás que yo Jehová soy el Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob (Isaías 60:15-17).

¡Qué lindo es conocer a Cristo! Cuán gratos son los momentos que disfruta el alma que se pasea en los jardines de la gracia de Dios y abandona su espíritu de derrota y congoja. El jardín de la gracia es el paraíso de los redimidos, y quienes vienen a comer del árbol de la vida que se encuentra en él, los envuelve un espíritu de triunfo, no de derrota. Los que mantiene una actitud optimista frente a las dificultades, disfrutan lo que la vida eterna les trajo. Porque la vida eterna no es una sensación o experiencia alimentada por autosugestión. ¡No! La vida eterna es Cristo, y su triunfo hace posible que vivas tu tiempo en el mundo con la seguridad de que jamás te abandonará. No estás luchando solo contra el mundo y la falta de comprensión de los que te rodean, estás acompañado del Señor que ha prometido que “guardará tu salida y tu entrada, desde ahora y para siempre”.

A través del profeta Isaías Jehová aseguró al pueblo que triunfaría sobre las naciones que lo lastimaban y lo esclavizaban. Les decía: “mamarás la leche de las naciones y del pecho de los reyes”, es decir, te alimentarás de las riquezas de aquellos que pretendieron destruirte, lo que almacenaron, será tuyo. De esta manera les auguraba un triunfo total sobre sus enemigos. Mi hermano que estás pasando por las pruebas de esta vida, rehúsa enfocarte en lo negativo. El diablo desea que sientas que no hay esperanza para tu condición. Es un mentiroso, tiene éxito cuando le crees; y cuando lo haces tu alma se llena de ansiedad, te sientes solo y abandonado. La luz de los triunfos de Dios que una vez iluminaron tu entendimiento se ha apagado, y lo único que percibes es oscuridad. Pero todo es un engaño, es la manera del Enemigo de tu alma hacerte perder la visión de las glorias venideras, para que, al quitar tu atención del triunfo de Dios y su poder redentor, la coloques en tus débiles fuerzas.

Nuestro pasaje dice: “conocerás que yo soy Jehová”. No está diciendo que tendrás un conocimiento intelectual de Dios, más bien es la promesa que el Cielo te hace de que verás su salvación, apreciarás de forma clara y precisa la manera en que él te redimió y cómo te continúa librando de las dificultades que enfrentas en tu vida. Le conoces en sus actos, o sea en las cosas que ha hecho.  El libro de texto con el cual te instruye, la Biblia, está llena de actos de salvación, perdón y cuidado a favor de sus hijos. Mi hermano no me dirijo a ti como si desconocieras quién es tu Señor. Tú le conoces, porque has contemplado su hermosura en el calvario. Ante la cruz, aconteció el más glorioso de los milagros, viste desprenderse tu carga, el peso de tus pecados que una vez agobiaron tu corazón. Tu espíritu esclavizado por la culpa, Cristo lo libró, danzaste de alegría, y junto al coro angelical alabaste a tu Señor por tan grande despliegue de amor. Pero quizás la revelación que una vez cautivó tu corazón la fuiste perdiendo de vista, esto ha hecho que tu alma se sienta desconcertada y abandonada.

Muchas son las voces que te hablan, y hasta tú mismo te has llegado a preguntar: “¿Dónde está Dios?”, “¿por qué no sale a mi encuentro? ¿Por qué me abandona a la vida que miserable y despiadadamente me azota con sus crueles látigos?” A lo que Dios te dice: “conocerás que yo Jehová soy el Salvador tuyo y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob”.  El Señor quiere que sepas que no ignora tus problemas y sufrimientos.  Sabe que te sientes defraudado aún con el Cielo, con todo, ten por cierto que llegarás a conocer que él es tu Salvador y Redentor. Lo que ahora nubla tu entendimiento, un día lo recordarás como una sombra del pasado que dejó huellas en tu alma, un sabor amargo, pero a su vez un momento muy dulce; pues en medio de esa oscura noche, la luz de la gloria de Dios se reveló de manera gloriosa.

Sé valiente, levanta tus manos paralizadas y caídas; no es tiempo de mirar los cadáveres que caen a tu lado o escuchar las palabras de desaliento de los que se quejan en el camino, a la distancia te aguarda la promesa. Promesa que muchos dejaron de alcanzar por su incredulidad. Quienes ponen sus ojos en sus fuerzas, ciertamente tendrán mucho por lo cual quejarse, tendrán siempre una palabra para quebrantar los espíritus heridos. Sé diferente, sé un instrumento del Cielo para alentar a los cansados, para mantener viva la llama de la fe y la esperanza en aquellos que están a punto de perderla. Pon una canción en los que lloran, sé la palabra de consuelo a los decaídos, rehúsa ser una herramienta del diablo, sé la espada del Cielo. Con el evangelio de Cristo derriba todo argumento que se opone. Sé como la señal de tránsito que dice: “one way” (una sola vía), apuntando al cielo donde se encuentra el Cristo que triunfó, primicia de nuestra victoria, fundamento de nuestra fe.