“Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando; pero alguien testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él, O el hijo del hombre, para que le visites? Le hiciste un poco menor que los ángeles, Le coronaste de gloria y de honra, Y le pusiste sobre las obras de tus manos; Todo lo sujetaste bajo sus pies. Porque en cuanto le sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús”
En este pasaje se enseña que Dios creó un Segundo Adán para administrar la nueva creación o mundo venidero. Sometió bajo su autoridad todas las cosas como lo hizo con el primer hombre. En Colosenses 1:13-15 Pablo sostiene que Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados. Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación.
Los conceptos de: tinieblas, el reino, la redención, la imagen de Dios y el primogénito, recuerdan la antigua creación y muestran lo que el Creador hizo para restaurarla. El texto sostiene que se nos rescató de las tinieblas, así como se lo hizo en la primera creación, y se nos colocó en el nuevo reino donde el Hijo ejerce total dominio. Al Hijo se lo identifica como el “primogénito” de la nueva creación. Esto en manera alguna pretende hacer de él una simple criatura, negando su naturaleza divina, más bien acentúa su papel como segundo Adán. La expresión enfatiza su preeminencia, su posición en relación con aquellos que representa. Esto es lo mismo que Juan comunica cuando le llama el “principio de la creación de Dios” (Apocalipsis 3:14), principio que se originó cuando por medio de la resurrección se convirtió en el primer hombre o el Adán de esta nueva creación. Ninguna de estas declaraciones hablan de lo que era en el cielo antes de venir a la tierra, como algunos erróneamente piensan, sino de su posición como hombre entre los hombres. A diferencia de la primera creación que comenzó con el mundo, la segunda lo hizo con el Segundo Adán para que redimiera a la tierra del poder del pecado y la muerte.
En el estudio anterior establecí que la ruina de la creación no ocurre a consecuencia de nuestros pecados personales; antes, fueron los actos de desobediencia de Adán los que nos condenaron, y ocasionaron tanto nuestra destrucción como la del mundo. Algunos acusan a Dios de injusticia al obrar de esta manera. Sin embargo están conformes en aceptar que Adán los hubiera bendecido si hubiese obedecido. Si no hubiera fracasado todos estaríamos en el Edén disfrutando de la eternidad, una vida de perfección y felicidad, por algo que otro hubiera hecho. Bajo el principio de la representación, y de acuerdo al convenio entre Dios y el hombre, no hay injusticia al prometer bendición a los hijos de Adán por algo que ellos no habrían de hacer personalmente, como tampoco la hay al privarles de estas mismas bendiciones por algo que no hicieron.
Adán era responsable por el futuro de todos sus hijos. Si un padre no paga la hipoteca de su casa y lo echan de ella, sus hijos sufrirán las consecuencias de su mala acción y tendrán que vivir en la miseria. De igual manera lo fue con Adán, por su mala acción nos echaron a la calle y perdimos la vida y el Edén.
Pero existe una razón aún mayor por lo cual Dios actuó de esta manera. Pablo la presenta en Romanos 11:32,33:
“Porque Dios sujeto a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos. ¡OH profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!”
El apóstol reconoce la sabiduría de Dios en la manera en que obró la salvación del hombre, ve en ello un plan trazado con anticipación. Al colocar a todos en desobediencia en nuestro primer representante, tiene todo derecho, y obra en perfecta armonía con la justicia, al salvarnos en base a los actos de un segundo Adán. Sabía que después de la caída el hombre no tendría la capacidad de salvarse a sí mismo. El precio ha pagar por su redención era demasiado grande y no lo lograría jamás. Así lo afirma David en el salmo 49:7:
“ Ninguno de ellos podrá en manera alguna redimir al hermano, Ni dar a Dios su rescate porque la redención de su vida es de gran precio y no se lograra jamás, para que viva en adelante para siempre, y nunca vea corrupción.
Por esta razón levantó un segundo Adán que pudiera lograr que la ley declarara a los hombre dignos de regresar al Edén. Pablo sostiene que Dios nos salvó de la misma manera o bajo el mismo principio en que nos condenó; el principio de la representación. El primer hombre nos sacó del Edén, el segundo nos volvería a él. Como vimos en nuestro estudio anterior, esto significa que nombró a alguien que tomara nuestro lugar y actuara en nuestro nombre, y se comprometió en considerar sus actos como si fueran nuestros. Así como Adán, Cristo tomó el lugar de la humanidad: vivió su historia, lo probaron y tentaron; y, al ganar la victoria, la reconcilió con Dios.
De la misma forma que en Adán todos mueren, en Cristo todos resucitarán. De nuevo Dios nos daría vida a causa de la fidelidad del Segundo Adán. Pablo escribe:
“Pues si por la transgresión de uno solo reino la muerte, mucho mas reinaran en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia” (lee Romanos 5:17-19).
Sostiene que de la misma manera en que la muerte se introdujo y reinó en el mundo por un hombre, de igual forma la vida reinaría nuevamente por medio de un sólo hombre. Un sólo hombre es la causa por la cual todos mueren, un sólo hombre es la causa por la cual todos viven. Es decir, que al darnos Dios su gracia, nos otorgó en Cristo la perfecta vida que nos permite regresar al paraíso. Jesús mismo afirmó que él era la vida. Juan proclama que el que tiene al Hijo tiene vida, de lo que se concluye que el derecho a ella se encuentra en poseer a Jesús. Todo esto lo recibimos como regalo, sin merecimiento alguno de nuestra parte.
Sin la obediencia perfecta que Cristo presentó, desde que nació hasta su muerte, jamás nos hubiesen otorgado la vida eterna y la inmortalidad. Necesitas entender la importancia de los treinta y tres años que vivió en la tierra, pues son estos los que cuentan delante de Dios para el perdón de nuestros pecados y para presentarnos justos en el juicio final. Su vida ganó la victoria donde el primer Adán fracasó. Y así como la desobediencia de uno nos condenó, la obediencia de uno nos salvó. Citando nuevamente a Pablo:
Romanos 5:18 —Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.
“justicia” significa “obediencia”, así lo muestra el verso 19 donde se repiten las mismas ideas con palabras diferentes:
“ Así que como por la desobediencia de uno los muchos fueron constituidos pecadores por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos.”
Lo que el apóstol argumenta es que de la misma forma en que el acto de desobediencia del primer hombre nos arruinó y nos condenó a la muerte, así también Dios, por la obediencia de uno, restauraría el derecho a la vida.
Escucha bien amigo mío, las obras que realizas no te pueden salvar porque Dios ha establecido que sólo las obras de uno, o sea, Cristo, serán consideradas para determinar quién estará en su reino. No importa cuantas buenas obras produzcas, ninguna de ellas cambiará lo que Dios decidió. Las obras que cambiaron la manera de él tratarnos ya Jesucristo las produjo 2000 años atrás, y residen en su cuerpo. Esta es su justicia o rectitud personal con la cual te reconcilió con el cielo y te otorgó el derecho a la resurrección y la inmortalidad.
Escucha bien, de la misma forma en que los actos pecaminosos que continuamos haciendo solo añaden a nuestro castigo o recompensa, no ha nuestra condenación, así también lo son las buenas obras. Ellas testifican nuestra unidad con el Segundo Adán y nuestra posición como salvos. Una ilustración ayudará a expresar mejor lo que deseo que entiendas. Un hombre comete un crimen y lo sentencian a la pena de muerte. Mientras esta en la cárcel mata a otro. Cuando lo juzgan le añaden otra pena de muerte a la que ya tenía y, como bien sabemos, la segunda no altera el hecho de que este hombre, no importa cuantos crímenes cometa, ya lo mataran con la primera sentencia. Todos los crímenes que realice sólo confirman su destino de muerte. De igual forma nuestros actos pecaminosos solo añaden al castigo, pero no a nuestra condenación. Ya los actos de Adán nos colocaron en el infierno. Como Jesús lo expuso en uno de sus discursos:
Lucas 12:47-48— Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.
Resumiendo lo dicho, dos hombre cambiaron el futuro de la humanidad. Por la desobediencia de Adán el Creador nos sentenció a la muerte, por la obediencia de Cristo nos otorgó vida. A partir de ese momento nuestros actos personales únicamente sirven para testificar con cual de estos hombres nos identificamos, y muestran cual de ellos nos representa.
Los que permanezcan en el primer Adán morirán, los que estén en el segundo, vivirán. Por decreto divino se nos incorporó en el primer Adán, y por esa misma voluntad se nos incorporó en el Segundo. Fue la bondad divina y la sabiduría eterna la que escogió este método de salvación, y no podemos cambiar lo que ella determinó. Al venir a la fe descubrimos ese glorioso plan y agradecemos al Cielo por colocarnos en la vida, muerte y resurrección del segundo Adán, una historia que vivió a favor nuestro. Por otro lado al ser incrédulos, rechazamos lo que la voluntad divina residió y como resultado nos privamos de sus bendiciones y beneficios.
Dios te llama a reconocer al Adán que deseas pertenecer y cual será la historia que decidirá tu futuro. Quieres en estos momentos decirle que rechazas tu relación con el primer Adán y que aceptas tu nueva posición en Cristo. En el instante en que aceptas esto, te conceden la posición de hijo con todos los derechos y privilegios. Como bien Pablo asegura:
“Todos vosotros sois uno en Cristo. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois y herederos según la promesa.”
Como puedes ver, una vez estás representado en Cristo no existe nada que sea de él que no te pertenezca. Eres tratado como si nunca hubieras pecado. Tu vida ante Dios es la vida de ese hombre que te representa, lo que él es, lo eres tú. Y así como él nunca será rechazado por el Padre, tampoco lo seras tú.