Se entregaron a sí mismos… primeramente al Señor
Las personas fracasan en sus matrimonios, dejan promesas sin cumplir, son negligentes e indiferentes porque no se entregan primeramente al Señor. Todos los que profesan el Cristianismo pretenden que lo han aceptado, que lo reconocen Señor de sus vidas; el problema es que no se entregan a él primeramente. Primeramente significa que eres de él en primer lugar, y luego de tu pareja o de tus hijos. Él es quien tiene la última palabra, y tu fidelidad le pertenece en primera instancia. La entrega es voluntaria y sólo puede hacerlo quien lo ama. Yo sé que amas al Señor, pero has permitido que los afanes de la vida y los problemas en tu matrimonio desvíen tu atención del único que puede darte satisfacción y seguridad. Necesitas volver a los pies de la cruz, observar allí cuán grande son tus pecados, para que se encienda en ti pasión hacia Cristo y puedas amarlo con intensidad, pues sólo puede amar quien reconoce que se le ha perdonado mucho.
Quien se entrega al Señor primero lo inspira a obedecer el amor que Cristo manifestó al salvarlo de su condenación, al otorgarle el perdón de sus pecados. El que ama, obra sin esperar recompensa del hombre, pues ya la tuvo de Cristo cuando lo libró de su ruina. Vive para la gloria de Dios que lo amó y se entregó por él, sin importarle si los hombres le aman, si corresponden a sus esfuerzos. Vive una vida incondicional porque Dios lo amó sin condiciones. Se entrega al Señor porque el Señor se entregó primero por él. No desea agradar a los hombres, sólo a Cristo.
Se entregaron a sí mismos primeramente al Señor… luego a nosotros
El que ama a Dios ame también a su prójimo (1Juan 4:21). Es imposible mantener una relación viviente con Cristo cuando aborreces a los hombres por los cuales él murió. Quizás digas de tu pareja, yo no la aborrezco, pero no puedo vivir con ella; no puedo soportar sus impertinencias y otros miles defectos. Escucha tus propia palabras, pues son un termómetro de tu condición espiritual no de la de tu pareja. Tus palabras dicen que en algún momento en tu vida has dejado de mirar tu propia indignidad para concentrarte en la de tu pareja. Analiza cuidadosamente las palabras de Pedro: «… esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento; al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia; a la constancia, devoción a Dios; a la devoción a Dios, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque estas cualidades, si abundan en ustedes, les harán crecer en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo, y evitarán que sean inútiles e improductivos. En cambio, el que no las tiene es tan corto de vista que ya ni ve, y se olvida de que ha sido limpiado de sus antiguos pecados» (2 Pedro 1:5-9). Alguien decía: «El matrimonio puede ser un paraíso o el infierno. Podrá ser un paraíso dependiendo de cuánto Dios esté en él, o un infierno según el diablo esté en él».
Por lo tanto, el secreto de cómo entregarse a los demás para un matrimonio estable y sólido es no olvidar que eres peor que aquel que condenas y con el cual no deseas vivir. Es la maravillosa gracia de Cristo la que enciende amor hacia Dios y alcanza a nuestros semejantes, aun cuando sean nuestros enemigos. El secreto para un amor encendido es procurar amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual a su vez no puede surgir sin un interés real por conocer su gracia. No hablamos de conocimiento teórico, como lo haría quien recita un poema o canta una canción pensando en las palabras para no olvidarlas. Únicamente pueden amar quienes verdaderamente están conscientes de la magnitud de su pecado, y ruegan a Dios cada día para que el Espíritu Santo les dé la fuerza para dominar sus voluntades débiles.
El amor no es natural en tu vida, el egoísmo reina en tu carne; contrarrestarás su influencia uniéndote a la fuente del amor verdadero. Dios es amor, si has de amar necesitas unirte a él. Por lo que el que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. El amor es contagioso, es imposible que vivas en comunión con su gracia sin que a su vez no ames. Jimmy Evans decía que: «el mejor matrimonio en el mundo es el de dos siervos enamorados. El peor matrimonio del mundo es el de dos amos enamorados». Si se ha enfriado en ti el amor y no tienes la fuerza para extender gracia a los que te ofenden, procura con diligencia venir al Señor, pídele que te muestre de dónde fuiste rescatado y la gracia que ejerció contigo, de manera que puedas otorgar a otros lo que de gracia recibiste.
La relación que tienes con tu cónyuge habla de cuánto meditas en el perdón de tus propios pecados. Amarás a tus enemigos tanto como estimes el sacrificio de Cristo, y amarás a tu pareja con la intensidad con que ames a Jesús. Cristo sabe que le amas, pero lo niegas cuando vives una vida de rencor, dominado por un espíritu no perdonador. El orgullo no te permite abrir tu corazón y tus brazos a tu pareja, por lo que se van distanciando cada vez hasta cerrar por completo toda puerta a la reconciliación. Y mientras esto sucede, no sólo te distancias de tu cónyuge, también lo haces de Cristo. No tomes en poco el mandato del Señor que dijo: «si tienes algo contra tu hermano, deja la ofrenda en el altar y ve a reconciliarte con él»; el aguarda que perdones de la misma manera en que deseas ser perdonado. Quiere que al sentarte a la mesa del Señor no vengas sólo sino acompañado con tu prójimo, a regocijarse en el perdón maravilloso del Cielo. Los que niegan al Señor en su relación con los demás hombres se justifican diciendo que no son culpables, como si esto los absorbiera de su responsabilidad de perdonar. Los gentiles perdonan a los que les piden disculpas, los creyentes otorgan perdón a quienes no lo merecen. Cristo nos ha enseñado a otorgar gracia, no a pagar un salario.
Jesús hizo una declaración que debe hacerte pensar: «Aquel a quien se le perdona poco, poco ama» (Lucas 7:47). Cuán bueno es el Señor que te ha dejado una manera de poder juzgar y ver cuánto necesitas entender tu condición de pecador. Lo que se interpone entre ti y tu prójimo no es el pecado o la ofensa que él cometió, sino tu propia justicia que te engaña haciéndote ver que eres mejor que él. Lo que apaga el amor es la justicia propia, tanto del que ofende que dice:«no he pecado y soy justo», como el ofendido que dice:«soy bueno y no merezco que me traten así».
El esfuerzo por servir a los demás será proporcional al amor que le tengas. Y este amor, de igual manera, será proporcional a la noción que tengas de tu propia indignidad y del gran beneficio que has recibido. Si piensas que no puedes perdonar a tu esposo o esposa porque él o ella es culpable y tú no lo eres, lo que afirmas es que eres más justo que él o ella. Hasta que no caigas de rodillas y reconozcas que eres un gran pecador con mayor necesidad de perdón, no podrás perdonar. Ve hoy mismo delante de Dios y pídele que te perdone por no saber perdonar.
Se pregunta del secreto para encender el amor, a lo que respondo: la gracia. Sólo pueden crecer en amor los que sean sabios para reconocer sus propias culpas delante de Dios. Únicamente así podrán entender que sus pecados son mayores que los de su cónyuge. La gracia del Amor la reciben quienes se entregan al Señor primeramente, y la reciben para que amen sin condiciones, no para amar si son correspondidos. El amor es un regalo del Cielo que disfrutan los que están conectados con Cristo, los que aprenden imitando la gracia amorosa que recibe a los que los ofenden. Mi hermano, contempla a Jesucristo humillado en el calvario, agonizando por tus propias injusticias, sufriendo por sus enemigos. Ruégale a Dios que encienda en ti tal amor por tu Señor agonizante que te permita sobrellevar las ofensas de tu prójimo, de tu enemigo, y, mejor dijera, de tu esposo o esposa. Ruego al Cielo que te dé esa gracia que disfrutan los que aman mucho porque mucho les ha sido perdonado.