Presta atención a las palabras del apóstol. A continuación ofrezco dos versiones del texto para que puedas apreciar lo que éste comunica:
NIV, RVR1960— Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe.
LBLA, RVR1995— esta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe.
He puesto en cursiva la diferencia de traducción. La versión Valera del 1960 tradujo: “la victoria que vence al mundo”; luego en su revisión del 1995, acentuó el aspecto pasado del verbo: “la victoria que ha vencido al mundo”, para indicar que ésta apunta no a una victoria presente, que se está ganando, sino a una ya ganada.
¿Cuál es esa victoria que venció al mundo? Sabemos que la identifica con la fe, pero ¿de que manera la fe venció? Necesitamos volver a los escritos de Juan para entender el énfasis que le otorga a la palabra vencer. Jesús, en víspera de su muerte, predice que sus discípulos lo abandonarían cuando más él los necesitara. Les explica que les habla de estas cosas para que entiendan que, a pesar de ese momento de debilidad, pueden encontrar la paz en saber que él venció al mundo (Juan 16:33). Es como si les dijera: “aunque el mundo los derrotará deben encontrar consuelo y ánimo en saber que la victoria que cuenta no es la de ustedes, sino la mía”. ¡Gloria a Dios por ello!
Jesús venció al mundo y al diablo al mantener intachable su justicia personal, al cumplir la voluntad de su Padre sin desviarse a diestra ni a siniestra. Enfrentó a su enemigo en el terreno del mundo y, donde todos los hijos de Adán fracasaron, el alcanzó la victoria. En Apocalipsis, mientras Juan llora porque no encontró a nadie que pudiera abrir el libro que Dios tenía en sus manos, uno de los ancianos le dice: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos” (Apocalipsis 6:2). El llanto de Juan demuestra que abrir el libro era de suma importancia para la salvación del hombre. A nadie se le encontró digno de abrirlo, ni en el cielo ni en la tierra. La dignidad de la que se habla está determinada por la victoria y no se encontró en ningún hombre, por cuanto ninguno ha podido vencer al diablo. Únicamente Cristo lo hizo, de ahí que puede dar a conocer el misterio de Dios.
Juan sigue con su línea de pensamiento en el capítulo 6. Ve a Jesús sentado en un caballo blanco y con una corona: símbolo de la victoria, y salio “venciendo para vencer” (6:2). Luego le presentan una serie de caballos con sus respectivos jinetes, que ilustran los diferentes poderes que están sometiendo al mundo, y que el Verbo de Dios, sentado en el caballo blanco, viene a destruir. Se augura su victoria al decir que viene venciendo; derrota todo cuanto encuentra a su paso, y vencerá por completo a los enemigos que se levantan contra su iglesia. Viene venciendo porque ya venció al diablo, a la ley, al pecado y a la muerte en su experiencia personal; lo cual le da la autoridad para destruir estos poderes y erradicarlos de la tierra (6:9). Resumiendo: la victoria que venció al mundo fue la de Cristo.
La victoria del creyente
Tanto victoria como fe son sustantivos que expresan la misma idea. De hecho, el sustantivo fe aparece en la carta tan solo en esta ocasión. A través de toda la epístola Juan emplea el verbo creer para expresar el acto de aceptar y reconocer a Jesús como el Cristo; por tal razón pienso que usa el sustantivo Fe no para indicar la acción de tener por cierto el anuncio del evangelio, sino como sinónima de doctrina o confesión cristiana. Estaría diciendo que la victoria que vence al mundo es la verdad apostólica que proclama a Jesús como el Hijo de Dios que vino en carne. Al decir que la victoria es nuestra fe, puntualiza que la confesión de la iglesia: en calidad de comunidad de creyentes, es la verdad sobre la cual ésta descansa y se sostiene. Esta fe es el misterio de la piedad que Pablo declara ser el fundamento de la verdad que la iglesia está llamada a defender. El misterio de la fe es:
“Que Dios ha sido manifestado en carne;
Vindicado en el Espíritu,
Visto por los ángeles,
Proclamado entre los gentiles,
Creído en el mundo,
Y recibido en gloria” (1 Timoteo 3:14-16).
Que Juan tiene en mente esta confesión primitiva apostólica se descubre en las palabras que siguen tras haber establecido que la victoria que vence al mundo es nuestra fe:
“¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Éste es el que vino mediante agua y sangre, Jesucristo; no sólo mediante agua, sino mediante agua y sangre” (1 Juan 5:5-6).
Los que vencen al mundo son aquellos que sostienen que Jesús vino por agua y sangre; en otras palabras, quienes confiesan que Dios lo declaró su hijo en el bautismo y en la cruz. El apóstol escribió en su evangelio que la cruz representó para Jesús el momento de su vindicación; con ella le quitó el poder al príncipe del mundo, lo echó de su reino y, como resultado, atraería a los hombres a sí mismo (Juan 12:31-33). Agua y sangre es la forma peculiar de sostener que la experiencia histórica de Jesús es la que salva y no una experiencia mística. La fe Cristiana que vence al mundo tiene sus raíces en la historia, es auténtica porque tiene unos eventos que atestiguan de Jesús como el Mesías. La iglesia confiesa que Jesús es un personaje real, vivió en un tiempo especifico, murió en la cruz y resucitó al tercer día. Si lo único que puede ofrecer el cristiano en evidencia de la veracidad de estos alegados eventos es la experiencia, entonces, son pura imaginación, una fantasía del hombre. Y tendríamos que reconocer que los apóstoles fueron unos engañadores y el cristianismo, una mentira. Fueron estas conclusiones las que hicieron que la iglesia defendiera, desde el mismo principio, la historicidad de los eventos que proclama, porque entendió que sin éstos su mensaje es una falsedad.
El creyente venció al diablo
Uno de los significados de la palabra victoria es salir vencedor en el juicio de Dios, que es lo mismo que decir que una persona se la justificó o exoneró de los cargos que pesaban contra ella. Victoria, por consiguiente, posee dos significados: mantener la fe y el ser exonerado de las acusaciones del diablo. Veamos como Juan expresa esta verdad:
“Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Apocalipsis 12:10-11).
La salvación y la autoridad de Cristo se estableció con la victoria que obtuvo contra el diablo, haciendo posible lanzarlo de su posición de autoridad y restablecer la soberanía de Dios en el mundo. El texto llama al diablo el acusador de los hermanos, pero ellos lo han vencido, es decir, contrarrestaron las evidencias que presentaba contra ellos mediante el argumento de la cruz. La iglesia no defiende su inocencia, reconoce su culpabilidad, no obstante, sostiene que la sangre del cordero canceló su culpa. A la iglesia se la justifica en este juicio sobre la base de que Cristo ha cumplido la ley y, por consiguiente, al creyente no se le puede demandar nada más. Esta es la fe que vence al mundo, al diablo y a cualquier poder que se levante contra la iglesia.