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Hablemos de la obediencia del creyente

fruto dañadoEs imposible ignorar el valor que tiene la obediencia del cristiano para su propia vida y para la gloria de Dios. Él quiere que sus hijos sean obedientes; y los que le aman valorarán la calidad de vida que la redención adquirió para ellos. La disposición de su espíritu se inclinará a la obediencia, aunque su voluntad no tenga la fuerza para hacer lo que Dios engendró en sus corazones. Como dice la Escritura: Dios pone en nosotros el querer como el hacer. Conocerás a un cristiano por su deseo de honrar a su Señor; y es a este mismo creyente que encontrarás angustiado, y hasta decepcionado consigo mismo, porque no logra poner en práctica la perfecta voluntad de su Creador que la revelación le dice que haga.

La obediencia de la que les quiero hablar no es de aquella que aparenta tener alguna virtud ante los ojos de los hombres, más bien de la que tiene una calidad o perfección que es capaz de pasar el escrutinio de la infinitamente santa y perfecta ley divina; de aquella que no necesita de expiación, que no requiere del perdón; en fin, una obediencia que no requiere de Cristo para agradar al Padre Celestial. Los que desean hablar de la virtud de su obediencia deben estar dispuestos a confesar que no necesitan de Cristo para su justificación.

Clases de Justicia

Al hablar de la obediencia hay que hacer una diferencia entre la obediencia del hombre caído y la obediencia del hombre perfecto. Pretender que son iguales es como asegurar que un ciego ve. Puesto que en el cristiano aún permanece la corrupción del pecado esto afecta la calidad de obediencia que puede producir y, por lo tanto, él también se encuentra dentro de la categoría de hombre imperfecto. Solo dos hombres: Adán y Cristo, han ofrecido una obediencia de absoluta perfección, el resto de los hombres sólo pueden obedecer imperfectamente. Asegurar que el cristiano puede obrar en tal forma que sus acciones correspondan con la perfección que se le exige, es negar la realidad de que aún persiste en él la naturaleza caída. Esto significaría que sus actos serían perfectos y sin necesidad de expiación.

La obediencia que Dios exige para la justificación del hombre no es la misma que tolera de aquellos que él justifica por su sola gracia. Nuestras obras se asemejan a los alimentos que comemos, por fuera muy hermosos y apetitosos, pero si los examinamos con un microscopio, veremos cuan llenos están de bacterias y organismos dañinos para nuestro cuerpo. Si no pasáramos por alto esto, no consumiríamos ningún alimento. Así sucede con las obras de obediencia que produce el cristiano. Dios tiene que pasar por alto en su paciencia los pecados que ve en la obediencia del justificado; lo hace gracias a la expiación que el Salvador ofreció para cubrir la imperfección de sus santos.

La justicia que Dios demanda es como la de Cristo

La justicia que el eterno Juez demanda para la justificación debe ser una verdadera obra de obediencia, similar a la que Cristo ofreció para su propia justificación. La regla que debe usar todo hombre para determinar si su obediencia tiene la capacidad de justificarle es la misma que Dios emplea: las obras de Cristo, ya que sus obras son las únicas que revelan lo que en verdad significa obedecer; lo que el Cielo espera que se haga cuando demanda que se cumpla la ley.

Dios justificó a Cristo por la virtud y mérito de sus obras, porque su obediencia fue la máxima y perfecta obra de justicia. Y sabemos que esa es la calidad de obediencia que Dios espera del hombre porque él ha sido el único de los hijos de Adán que resucitó de entre los muertos en recompensa por su propia justicia. El Padre no aceptó su obediencia a causa de los méritos de otro, sino en virtud de sus propios méritos. De modo que, donde se confiesa que son los méritos de otro lo que hace aceptable la obediencia del hombre, a saber: los de Cristo, el que confiesa esto está reconociendo la imperfección de sus actos. No se puede confesar una sin confesar la otra, o sea, no se puede confesar que somos salvos por los méritos de Cristo y a la vez asegurar que nuestras obras desempeñan un lugar para nuestro perdón.

Han habido hombres de gran rectitud moral, de nobleza de carácter, un ejemplo de esto lo fue Moisés; pero ninguno de ellos podía ver el rostro de Dios y vivir. Pero la obediencia que justifica ve el rostro de Dios sin temor; Cristo es esa justicia. Podrás alardear de ser una persona recta, pretender que eres obediente, gloriarte en la rectitud moral de tu vida, pero si no puedes afirmar con toda certeza que con ella verás el rostro de Dios y vivir, ¿de qué te sirve? De qué te glorías, si al fin de cuentas ella no te llevará a ningún lugar. Prefiero confesar mi imperfección, y hasta gloriarme en ella, con tal de recibir la justicia perfecta de Cristo que me permitirá ver el rostro del Juez eterno.

El problema del Cristianismo de hoy es que utiliza la obediencia imperfecta del creyente como una forma de asegurarle la salvación. Y cuando despierta a la realidad de su propia imperfección se ve desnudo y perdido; aterrorizado ante la perspectiva de su condenación. Amonestemos al creyente a vivir para la gloria de su Salvador, motivémosle a adornar el evangelio con obras de justicia, pero hagamos claro que tal justicia en manera alguna puede otorgarle seguridad, y que es un insulto a la justicia divina, una ofensa que se juzgará severamente, en todo aquel que pretenda su justificación por medio de su obediencia.

4 thoughts on “Hablemos de la obediencia del creyente”

  1. Martín Lutero dice algo similar en su Comentario sobre la Epístola a los Gálatas:

    “Por tanto, esto es lo que enseñamos, escuchen: «Aunque ayunes, des limosnas, honres a tus padres, obedezcas al magistrado, etc., aun así no serás justificado. Esta voz de la ley, honra a tus padres, o cualquier otra, o porque la escuches, o porque la cumplas, no justifica. ¿Entonces qué? Escucha la voz del Esposo, escucha la palabra de fe1: el oír de esta palabra, es lo que justifica. ¿Por qué? Porque nos trae el Espíritu Santo, que justifica al hombre, y lo declara justo ante Dios” (p. 202).

    1. Dejemos de filosofar sobre lo que la Biblia dice y dejemos que ella hable. Dejemos de usar la Biblia para que apoye nuestras ideas y prediquemos lo que ella dice. 2 Tim. 2:15. El obrero aprobado USA BIEN la Palabra de Verdad.

      Sr. Camacho, Lutero es tan falible y pecador como usted y como yo. Si hay algo que enseñar acerca de justificación o gracia debe ser enseñado a partir del estudio meticuloso de las Sagradas Escrituras y no a partir del punto de vista de un pecador.

      1. Amigo Pedro, primeramente gracias por leer nuestro artículo. Bien a dicho en su declaración que “todos los hombres son pecadores, y por lo tanto falibles”. Cuando se los cita es porque se considera que sus palabras tienen base bíblica, que han captado la verdad de Dios de manera especial, y no porque se piense que están por encima de la Palabra. La Palabra tiene la prioridad y es la norma para juzgar toda doctrina. Este es un de los principios que tanto Lutero como nosotros reconocemos y defendemos, llamado “Sola Escritura”.

        Nuestra página es un foro de discusión de verdades como éstas, y se le da la oportunidad a todos a que defiendan sus puntos. Decir que el otro está mal, no es evidencia, es necesario, como usted mismo afirma, probarlo con las Escrituras. Usted condena lo dicho por Lutero como anti-escritural, sostiene que es filosofar; puesto que usted ha visto algo que quizás los demás no han visto, debería mostrar por las Escrituras en qué está errado, de esa manera todos salimos del error. Esperamos que comparta con nosotros las evidencias que tiene para sostener que es un error enseñar que ninguna obra del hombre puede justificarlo ante Dios. Bendiciones.

  2. Para Lutero, el Espíritu Santo justifica porque trae al pecador lo que es de Cristo y lo consuela con la palabra de que es justo en Cristo. Lutero aborrecía toda insinuación de que somos justificados por la gracia infusa dada por el Espíritu Santo, como lo enseña el cristianismo de hoy.

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