La ética y la naturaleza del hombre
En el vocabulario de la iglesia, ética no es de uso ordinario. La ética es la doctrina que estudia la conducta moral, la virtud, el deber, la responsabilidad humana ante Dios y los hombres. En este estudio se hablará de la ética cristiana, no simplemente como la manera de los cristianos conducirse, o su forma de vivir conforme a los principios morales tal cual los expone la ley moral de Dios, sino al estilo de vida que tiene su origen en el evangelio de la gracia; y que a su vez es la fuerza que motiva a la acción. Es ética cristiana aquella que tiene por finalidad exaltar a Cristo y producir en el creyente una necesidad constante de la obra que el Salvador realizó. “…es la historia cristiana, más que cualquier principio, regla o estrategia moral, lo que es el fundamento de la ética cristiana” (John Colwell).
El pietismo es uno de los enemigos del reino que siempre intenta hacer su presencia en el pueblo de los santos, y hace de la experiencia cristiana el foco de atención. Para lograrlo tiene que distorsionar tanto el evangelio como la obra del Espíritu. La Escritura enseña que la labor principal del Espíritu Santo es conducir al hombre a Cristo, y esto hace, no sólo en el momento de la conversión, sino cada día. Cristo lo envía para asistir al creyente en su debilidad, a batallar contra el pecado que mora en él.
El pecado presente en los santos continúa afectando y debilitando sus facultades. Al igual que todos los hombres tienen que luchar con sus pasiones, su voluntad y el conocimiento que se encuentra pervertido en ellos. Mientras vivan en esta tierra mantendrán una guerra firme contra su naturaleza caída. La destrucción de esta pervertida naturaleza no viene por regeneración sino por muerte. Hay que matar al contaminado, la muerte erradica el pecado, y la resurrección final recreará un nuevo hombre glorificado.
Es también la función del Espíritu asistir al hombre justificado en Cristo en esta batalla contra el pecado para impedir que lo controle y se exteriorice y haga daño a sus semejantes. Pedro exhorta a los Santos, a los que llama pueblo escogido, a los que Dios llamó de las tinieblas a la luz admirable, a abstenerse de los deseos carnales que batallan contra el alma (1 Pedro 2:9-11). Lo cual muestra que la lucha no termina, la naturaleza humana continúa sin la fuerza para hacer el bien conforme a Dios. El Cristiano es un Santo imperfecto, y a su vez un perfecto santo, en Cristo.
Sólo hombres espirituales pueden confesar: “el pecado que mora en mí”, “en mi carne no mora el bien” (Romanos 7:17,18). Ellos tendrán una oración constante en sus labios: “Señor se propicio de mí, soy un pecador” (Lucas 18:13). Los hombres con el Espíritu no se conocen por la grandeza de sus virtudes morales; ante todo, por la honestidad con que confiesan su propia indignidad e insuficiencia.
La ética del “haz lo que puedas”
Una ética que haga olvidar la experiencia de Cristo que narra el evangelio y desvíe a la persona a creer que poco a poco su naturaleza pecaminosa perderá su corrupción, no es la ética bíblica. Algunos cristianos sostienen que por la “Palabra y Espíritu que mora en ellos; el dominio del pecado sobre el cuerpo entero es destruido, y las diversas concupiscencia de él son debilitadas y mortificadas más y más… Aunque la corrupción que aún queda puede prevalecer mucho por algún tiempo, sin embargo, a través del continuo suministro de fuerza de parte del Espíritu Santificador de Cristo, la parte regenerada triunfa: y así crecen en gracia los santos, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. (Confesión de fe de Westminster, pág. 177). Este concepto demuestra no conocer el horrible poder del pecado, su tremendo poder debilitante sobre la voluntad, ni la santidad del carácter de Dios. Esta no es una ética Cristo-céntrica, pues en lugar de acercar al hombre a Cristo, lo aleja de él. Por el contrario, donde hay un cristiano que vive en la nueva vida, le acompañará un sentido de humildad ante la Majestad divina, que lo obliga a depender más de la justicia de Cristo.
Cuando predicamos el evangelio se nos acusa de tener en poco la ley divina. Muy al contrario, protestamos contra todos aquellos que no toman con la seriedad debida los principios de rectitud. Sostenemos que los que tal hacen son ciegos a la imperfección de su carne, y terminarán teniendo en poco el evangelio. No puede haber un corazón que suspire por Cristo y lo confiese como su Representante y Sustituto en una teología que menoscaba la perfección moral de Dios. No puede haber una clara enseñanza del evangelio donde se rebaje la norma divina al plano humano. Porque muchos han hecho esto es que tienen la osadía de decir que son obedientes, y hasta confesar que sus obras son de utilidad para su salvación. Para que la ética cristiana logre su propósito, siempre debe mantener en alto la infinita perfección moral de Dios. Enséñesele a todo creyente que el camino que emprendió es uno que demanda absoluta perfección. No es ética aquella que enseña: “haz lo que puedas”; nuestra relación con Dios nunca podrá establecerse sobre estos términos.
El vivir cristiano no producirá paz pretendiendo rebajar las exigencias del carácter santo de Dios, lo hará cuando la persona entienda que aunque se queda corta de alcanzar la norma sabe que su rectitud moral se encuentra en Cristo. Cristo es su justicia moral no solo en el juicio final, también ahora. La ética cristiana necesita en todo momento de la justicia imputada de Cristo para que sea del agrado de Dios. Y siempre será agradable no por la virtud de lo que es en sí misma, sino por causa del Cristo que la justifica. Si esto no fuera así, de balde estaría Cristo en los cielos como tu Mediador, como tu Sacerdote.
Ética y la evidencia de la salvación
La obediencia cristiana debe ser lo que el nombre pretende: la obediencia de un santo, de uno que tiene por cabeza a Cristo. La gracia lo colocó en la posición en la que se encuentra y, por lo tanto, obedece seguro de que no será privado de la bendición por quedarse corto. La ética cristiana necesita edificarse y sostenerse en todo momento teniendo como fundamento el evangelio. Todo acto, desde la perspectiva de la ética cristiana, tiene que erigirse sobre el principio: “de gracia recibiste, da de gracia”.
Se está tan acostumbrado a ver la ética en términos de la ley que se la ha separado de la gracia. Se piensa que la justificación y la ética son dos aspectos del vivir humano complementarios. La justificación se la concibe como obra exclusiva de Cristo y la ética como lo que el hombre debe hacer, indispensable y necesario para asegurar su salvación.
A menudo se afirma que las obras son evidencia de que el hombre es salvo. Se emplean términos que luego graban en las mentes conceptos totalmente equivocados. La palabra “evidencia” el diccionario la define como “certeza absoluta de una cosa, tan clara y manifiesta que resulta indudable o innegable”. ¿Te das cuenta cuán torpemente se ha utilizado la palabra “evidencia” para describir la vida cristiana? ¿Puede tu obediencia, tu diario vivir, darte la absoluta certeza de estar bien con Dios? Claro que no. Serías un hipócrita si pretendieras diferente, pues en tu interior sabes que no.
Cuando las obras se las tilda de evidencias, la persona ve en ellas lo que asegura su salvación y termina ignorando a Cristo. Al decir esto no se tiene en poco los efectos de la vida cristiana en los hombres, lo que se sostiene es que no puede evidenciar la salvación. Solo la resurrección de Cristo es la evidencia que otorga absoluta certeza, ya que con ella el Padre dio testimonio de haber aceptado las obras de su Hijo; y como resultado a la humanidad que él representa.
Exelente artículo.
La gloria para Cristo siempre.