Por Horacio Bonar
Dices que no sientes que eres pecador; que no estás lo suficiente “ansioso”; que no eres lo suficiente “penitente”. Así sea. Sin embargo, permíteme hacerte las siguientes preguntas:
¿Altera en algo el evangelio tu falta de sentimientos? ¿Hace que las buenas nuevas sean menos gratuitas, menos adecuadas? ¿Acaso no son buenas nuevas del amor de Dios para el indigno, el desagradable o el insensible? El que no sientas tus cargas no afecta la naturaleza del evangelio, ni cambia el bondadoso carácter de Aquél de quien proviene. Se ajusta a tu necesidad tal como eres, y tú encajas perfectamente en él. Llega a ti en el momento oportuno y te dice: “Aquí tengo un Cristo completo para ti; un Cristo que tiene todo cuanto necesitas.” Acuérdate de la invitación; es para el que está “sin dinero” (Isaías 55:1). ¿Acaso no es éste tu estado? El que tengas sentimientos no te calificará, ni te acercará más, no te comprará sus bendiciones, ni te dará una mejor bienvenida, como tampoco persuadirá a Dios a hacer por ti lo que en este mismo momento está más que dispuesto a hacer.
¿Es tu falta de sentimiento una excusa para tu incredulidad? La fe no surge del sentimiento, sino el sentimiento de la fe. Mientras menos sientas, más debes confiar. Tan pronto creas, comenzarás a sentirte bien. Así como todo verdadero arrepentimiento tiene su raíz en la fe, también todo verdadero sentimiento. Es cosa vana que trates de cambiar el orden que Dios puso en las cosas.
¿Es tu falta de sentimiento razón para mantenerte lejos de Cristo? El sentido de necesidad debería conducirte a Cristo, y no mantenerte lejos de Él. Dice Thomas Shepherd: “El sentimiento de tener un corazón ciego y muerto ha conducido más personas a Cristo que todas las demás tristezas, humillaciones y terrores.” Mientras menos sentimientos o convicciones tengas, más necesitas de Cristo; y, ¿es la falta de estos sentimiento razón para mantenerte alejado de Él? En realidad, en vez de hacerte menos apto para venir, te cualifican. La ceguera de Bartimeo fue su razón para venir a Cristo, no para mantenerlo lejos de Él.(Marcos 10:46-52) Si eres más ciego o falta en ti la vida que hay en otros, entonces tienes muchas más razones para venir al Salvador, y muchas menos para mantenerte lejos. Si toda cabeza está enferma y todo corazón doliente, (Isaías 1:5) tú deberías sentirte con más urgencia de venir, y de inmediato. Hagan lo que hagan los que tienen sus convicciones, tú que no tienes ninguna, no te atrevas a quedarte lejos, ni siquiera esperes por una hora. ¡Debes venir!
¿Te hará tu falta de sentimientos menos aceptable a Cristo? ¿Cómo es eso? ¿Qué te hace pensar así? ¿Acaso Él lo ha dicho, o actuó de esa forma cuando anduvo en el mundo, fue esa su regla de proceder? ¿Tenía algún sentimiento la mujer de Sicar cuando le habló tan amorosamente a ella? (Juan 4:10). ¿Sería la cantidad de convicción en Zaqueo lo que hizo que el Señor se dirigiera a él de forma tan bondadosa: “date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose en tu casa?” El bálsamo de Gilead no será menos adecuado para ti (Jeremías 8:21-22), ni el médico tendrá menos simpatía ni será menos cordial porque, sumado a las otras enfermedades, seas un paralítico espiritual. Tu gran necesidad le ofrece una oportunidad de mostrar la extensión de su plenitud, tanto como las riquezas de su gracia. Ven a Él, entonces, por la misma razón de que nada sientes. “… el que á mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37). Sea que sientas lo que sientas o no sientas, sigue siendo “Palabra fiel y digna de ser recibida de todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar á los pecadores” (1 Timoteo 1:15). No limites la gracia de Dios, ni desconfíes del amor de Cristo. La confianza en esa gracia y amor lograrán todo para ti; pero la falta de confianza, nada trae consigo. Cristo quiere que vengas; no que esperes ni que te quedes lejos.
¿Crees que permaneciendo alejado de Cristo desaparecerá tu falta de sentimientos? No. Sólo empeorarás las cosas; porque es una enfermedad que sólo Él puede quitar, por tanto se impone sobre ti una doble necesidad de ir a Él. Otros que sienten más que tú pueden demorarse un poco; pero, tú no puedes permitirte hacer tal cosa. Debes ir de inmediato a aquél quien es “Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y remisión de pecados” (Hechos 5:31). Viendo que la distancia y la desconfianza no te han ayudado, prueba a ver lo que puede hacer el acercarte y confiar. A pesar de todo, para ti, aunque seas el primero de los pecadores, el mensaje es: “acerquémonos” (Hebreos 10:22).
Cuídate de creer que las convicciones te salvarán, o que son deseables por sí mismas. Un viejo ministro escribió:
“El sentimiento de un corazón muerto o endurecido es una forma efectiva de atraernos a Cristo; sí, mucho más efectiva que cualquier otro sentimiento, pues es al pobre, al ciego y al miserable, a quien se le ha hecho la invitación.”
El evangelio fue el martillo apostólico para hacer pedazos los corazones endurecidos, para producir “arrepentimiento para vida” (Hechos 2:22-37). Fue el evangelio que creyeron lo que derritió la obstinación de los judíos llenos de justicia propia; y ninguna otra cosa, salvo las buenas nuevas del amor gratuito de Dios, que condena el pecado pero a la misma vez perdona al pecador, será lo que, aun en nuestros días, derretirá el corazón de piedra y lo hará tierno como el de un hombre. “La ley y el terror no pueden sino endurecer”; y su poder, aunque un Elías lo ejercite, es débil en comparación con el de la predicación de la cruz (Romanos 1:16).
Cristo no pide preparación alguna, ya sea legal, evangélica, interna o externa en el llamado al pecador. Y el que no viene tal como es, jamás será recibido. Cristo no recibe a almas que se ejercitan en la piedad, a creyentes penitentes, a seguidores humildes, a fervorosos usuarios de los medios que Dios ha dispuesto o a alguno de los mejores hijos o hijas de Adán, sino a pecadores. “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5:32).
El falso arrepentimiento, producto y expresión de la incredulidad y la justicia-propia, puede manifestarse previo a la fe; así como antes de creer abundan toda clase de males en el alma. Pero cuando viene la fe, viene no como resultado de ese arrepentimiento fabricado por el yo – sino a pesar de él. El creyente luego de considerar a ese llamado arrepentimiento descubre que era uno de esos esfuerzos de justicia-propia que tenía como propósito mantener al pecador lejos del Salvador. Los que exhortan a los “pecadores arrepentidos” a que crean, confunden tanto la fe como el arrepentimiento; y lo que enseñan no son buenas nuevas para el creyente.
Puede que sean buenas noticias para una clase más excelente de pecadores (si es que pudiera existir tal cosa); aquellos que mediante laboriosos esfuerzos se han humillado lo suficiente; pero no para los que carecen de fuerzas, para los perdidos, para el impío, el de duro corazón, el insensible, el ciego, el paralítico, el lisiado. Escribió el Dr. Colquhoun:
“No es sana doctrina aquella que enseña que Cristo recibe únicamente al verdadero penitente, o que a ningún otro se le garantiza que por la fe vendrá a Él para salvación. La maldad de esa doctrina es que motiva al pecador necesitado a extraer el arrepentimiento, por así decirlo, de sus propias entrañas, para venir con él a Cristo; en lugar de venir a Él por fe para recibirlo. Si a nadie se le ha invitado, excepto al verdaderamente penitente, entonces los pecadores no están obligados a venir a Cristo, y no se los puede culpar por no hacerlo.” (Repentance, páginas 24, 25, Banner of Truth, 1965.)