Alegad por vuestra causa, dice Jehová; presentad vuestras pruebas, dice el Rey de Jacob. Traigan, anúnciennos lo que ha de venir; dígannos lo que ha pasado desde el principio, y pondremos nuestro corazón en ello; sepamos también su postrimería, y hacednos entender lo que ha de venir. Dadnos nuevas de lo que ha de ser después, para que sepamos que vosotros sois dioses; o a lo menos haced bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos. He aquí que vosotros sois nada, y vuestras obras vanidad; abominación es el que os escogió. Del norte levanté a uno, y vendrá; del nacimiento del sol invocará mi nombre; y pisoteará príncipes como lodo, y como pisa el barro el alfarero. ¿Quién lo anunció desde el principio, para que sepamos; o de tiempo atrás, y diremos: Es justo? Cierto, no hay quien anuncie; sí, no hay quien enseñe; ciertamente no hay quien oiga vuestras palabras. Yo soy el primero que he enseñado estas cosas a Sión, y a Jerusalén daré un mensajero de alegres nuevas. Miré, y no había ninguno; y pregunté de estas cosas, y ningún consejero hubo; les pregunté, y no respondieron palabra. He aquí, todos son vanidad, y las obras de ellos nada; viento y vanidad son sus imágenes fundidas (Isaías 41:21-27).
No pueden ser Dios aquellos que no hablan ni obran. Son dioses sin historia. El profeta los ridiculiza, diciendo: “a lo menos hagan bien, o mal, para que tengamos qué contar, y juntamente nos maravillemos.” ‘Tener que contar’ es la manera de afirmar que tiene una historia. Algo que decir de sus hazañas, de sus maravillas. Pero ellos no tienen nada que ofrecer. La existencia de Dios descansa en evidencias, en sus poderosos actos de salvación al intervenir en los negocios de los hombres. Él es Dios por nosotros y a nuestro favor. Por lo menos desde la perspectiva del hombre, no existiría si él no se diera a conocer. Su existencia depende de que nos hable, y nos haga conscientes de que existe. Si no puede hacerlo, entonces, no es Dios. Y es justificable el no confesarlo. Pues a nadie se le exige hablar de lo que no sabe, ni creer en lo que no existe.
Cualquier tipo de adoración que no se fundamenta en hechos es un acto de ignorancia. Un dios formado por la fantasía de los hombres, por su imaginación; y, a la larga, deja de ser dios, ya que ellos lo han creado. Entiendo por Dios aquel ser que creó todas las cosas y él mismo no debe su existencia a nadie. Preguntar quién lo creó es confesar que no existe, pues por definición él no puede tener a otro como originador, el no puede ser criatura. Tan pronto los hombres fabrican un ídolo, ese dios es su criatura, y ellos se constituyen en Dios. Por esta razón no se sienten obligados a someterse a él, pues él mismo está sometido a ellos. Hay un dicho popular entre los ateos que dice: en el principio Dios creo al hombre y el hombre le ha devuelto el favor. Pretende decir que en los tiempos cuando los hombres eran ignorantes de los misterios del mundo aceptaban que Dios era el creador, ahora, con los adelantos de la ciencia, ellos han creado a dios para sentirse seguros. Una esperanza infundada, una autosugestión, para escapar de su destino trágico.
Dios se revela en la historia de Cristo
El nuevo testamento narra la historia de Cristo, su vida y sus actos. No como la historia de un mártir, sino como el vehículo de la revelación de Dios. Una vez más, es la historia de Dios, de su intervención en el mundo, lo que comunica. Desde esa historia le habla tanto a Israel como al mundo, y muestra cómo la historia del Dios de Israel se transforma en la historia de Jesús de Nazaret. Hebreos nos dice:
Dios, que muchas veces y de varias maneras habló a nuestros antepasados en otras épocas por medio de los profetas, en estos días finales nos ha hablado por medio de su Hijo (Hebreos 1:1-2).
En el pasado Dios habló usando muchos medios, en los días finales en los que vivimos decidió hablarnos de una manera más directa, en su propio Hijo. El cual es su última palabra para el mundo, su más grande y perfecta revelación. De aquí en adelante no podemos hablar de Dios sin que lo hagamos teniendo como punto de partida la historia de Cristo. Él está ligado a esa historia como lo estuvo a la de Israel; y recapituló o recreó lo que se propuso hacer con ellos en la historia de Jesús de Nazaret.
La misma Palabra que creó el mundo fue la que se hizo carne y habitó entre nosotros. Juan escribió:
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella. Hubo un hombre enviado de Dios, el cual se llamaba Juan. Este vino por testimonio, para que diese testimonio de la luz, a fin de que todos creyesen por él. No era él la luz, sino para que diese testimonio de la luz. Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios. Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Juan 1:1-14).
Otra vez añade:
Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido (1 Juan 1:1-4).
El cristianismo proclama que en Jesús de Nazaret aconteció algo espectacular y único. Lo sorprendente del evento es que Dios se encarnó en un cuerpo humano. Jesús no es un simple instrumento de la revelación, es el mismo Dios que desciende al mundo y experimenta en su propia persona la historia humana. Realmente experimentó nuestro modo de existencia, vivió en nuestro mundo. Anduvo por sus calles, durmió en sus aposentos, y las necesidades de los hombres lo afectaron. Es a esto que alude Juan, un testigo ocular de los hechos, cuando dice que ellos lo contemplaron y lo tocaron con sus manos. A diferencia del judaísmo que confiesa la intervención de Dios en la historia humana, el Cristianismo asegura que Dios se ha hecho presente en el mundo de manera física y personal. Habla no sólo de su trascendencia, también de su humanización. No es el Dios lejano, desde arriba, es el Dios que estuvo ‘abajo’, entre los hombres.
Jesús mismo dio testimonio de cuan ligado está el conocimiento de Dios a su propia historia. “Si me conocen, también a mi Padre conocerían; y desde ahora le conocen, y le han visto” (Juan 14:7). Y otra vez: “Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre y nadie conoce quién es … el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar” (Lucas 10:22). Aseveró que sus obras y acciones tenían la autoridad del mismo Dios porque eran una revelación de Dios. Nadie puede conocer al Padre sino conoce al Hijo. Nadie puede decir “yo creo en Dios” sin creer en Cristo. Únicamente los que aceptan lo que Dios ha dicho de sí mismo llegan a descubrir a plenitud quién es él. El hombre natural no puede hacerlo, la revelación tiene que venir de lo alto. Por lo tanto quien desee conocerlo debe hacerlo en las obras de Cristo. Esto es una declaración radical y exclusivista porque descarta cualquier otra manera de revelación.
Los que pretenden creer en Cristo sin conocer quien él es y lo que hizo, no lo conocen; y están adorando a un cristo inventado por su carne. Cuando la iglesia lo proclama lo hace como el Dios que vivió nuestra historia, y recuerda esa historia en cada acto de adoración que le ofrece. Testifica, además, que en su persona se ilumina e irradia el conocimiento de la gloria de Dios (2 Corintios 4:6).
A los gálatas Pablo les escribió que cuando ellos vivían en la idolatría servían a los que por naturaleza no eran dioses; estaban sometidos a costumbres y prácticas inventadas por hombres en honor a un dios que no podía salvarles. Alude a ese tiempo como el “tiempo en que no conocían a Dios”, al aceptar el evangelio de la gracia ellos abandonaron los tiempos de la ignorancia, y ahora, “han conocido a Dios”. Te das cuenta que para el apóstol el conocer a Dios depende de aceptar el mensaje del evangelio. Una nueva realidad llegó, el Padre Eterno, al fin de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiesen la adopción de hijos” (Gálatas 4:1-9). En la vida, muerte y resurrección de Jesús el Todopoderoso se dio a conocer en su acto magistral de redención, poniendo fin a nuestro estado de condenación al redimirnos de la maldición y la muerte.