En Romanos 1 y 2 Pablo desarrolla su doctrina del juicio por obras. Muchos tienen problema en armonizar este concepto con la doctrina la gracia que más adelante enseña. Llegan a la conclusión de que la salvación es una combinación de fe más obras, idea contraria a lo que el apóstol sostiene. Es claro que para Pablo sólo pasarán el juicio los que tengan justicia, y advierte a sus hermanos judíos que no basta con conocer la voluntad divina o condenar los pecados de los demás, necesitan ser hacedores de la ley. Les dice:
Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Mas sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios? ¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento? Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia (Romanos 2:1-8)
Cierra su argumento estableciendo que “no son los oidores de la ley los justos ante Dios, sino los hacedores de la ley serán justificados” (Romanos 2:13). Únicamente el perfecto cumplimiento a la ley garantizará salvación eterna. En ese día se juzgará no sólo los actos, también lo secreto de los hombres y las intenciones del corazón (Romanos 2:16, hebreos 4:12).
Al llegar al capítulo 3 Pablo concluye que en el juicio de Dios ninguno, ni judíos ni gentiles, han obedecido, por lo tanto: “acusa a judíos y a gentiles que todos están bajo pecado”(3:9). Para apoyar mas sus conclusiones cita las Escrituras: “No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda, No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”. Luego añade: “Todo lo que la ley dice, lo dice a los que están bajo la ley, para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios; ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:10-20). Estar bajo pecado y estar bajo la ley en este contexto implica estar bajo el juicio de Dios. Aunque, como señaló en 2:13, los hacedores de la ley serán justificados en el juicio, no obstante, cuando la ley los juzga encuentra que ninguno la está cumpliendo. Esta es la razón por la que habrá un solo veredicto en ese gran día de juicio: todos están condenados.
La gracia en el trasfondo del juicio
Esa es la desesperante condición en la cual el juicio por obras coloca al hombre. La pregunta es: ¿cómo será el hombre justificado delante de Dios? dicho de otro modo, ¿cómo podrá ser encontrado justo en el juicio de gran día? La respuesta que Pablo ofrece es una exposición de la revelación de Cristo. El evangelio es la respuesta de Dios al problema del hombre. El hombre necesita justicia para enfrentar el juicio final, obras que Dios pueda aprobar, una vida de perfección que garantice su veredicto de vida.
Salvación por gracia no significa que Dios ignore lo que pide del hombre, que ya no le exija que cumpla la ley. Si esto fuera cierto entonces no hubiese sido necesario que Cristo viniera al mundo. Donde no hay demanda no se exige castigo. Muy al contrario, la gracia ha hecho provisión para que en ese gran día todo creyente tenga la justicia perfecta que Dios demanda.
El evangelio anuncia que la perfección de actos y de vida que el Juez Eterno exige de todos nosotros él mismo vino a ofrecerla. Él tomó un cuerpo de carne para hacer por el hombre lo que éste perdió la capacidad de hacer. Vivió una vida de absoluta perfección. Todo cuanto hizo fue de carácter representativo, es decir, obedeció en lugar tuyo, y en nombre tuyo, de modo que ante los ojos de Dios tú eres el que estabas obedeciendo. La gracia de Dios proveyó esta justicia ajena, vivida en otro, realizada en un cuerpo sin pecado, para que en el momento en que Dios te llame a cuentas pueda declararte justo.
Salvación por gracia en principio es lo mismo que salvación por obras; la diferencia radica en que, en el momento en que soy juzgado, la gracia ha decretado que no se tome en consideración mis obras imperfectas, sino las perfectas obras de Cristo. Dios ignora las obras de los creyentes y los juzga conforme a las perfectas obras de Cristo en el cual confían. Esta es la petición de Pablo cuando dice: Ser hallado en él no teniendo mi propia justicia, sino la justicia de Dios por la fe de Cristo (Filipenses 3:9).