La experiencia es vivencia, negarla es negar que vivimos. La experiencia es la manera en que nos relacionamos con el mundo a nuestro alrededor y cómo éste nos afecta física y emocionalmente. La experiencia tiene su lugar en la vida de los seres humanos, pero es algo que de la misma forma en que llega, se va.
En particular hablamos de tres clases de experiencias: la vivencia, que es la manera en que experimento el mundo; la experiencia mística la manera en que se dice experimentar a Dios y la vida en el Espíritu, la manera en que reacciono ante la verdad de la revelación de Dios.
Me enfocaré más en el area de lo espiritual. El misticismo es introspectivo: un mirar hacia adentro, mientras que la vida en el Espíritu es extrospectiva: un mirar hacia fuera. Vivir en el Espíritu, desde la perspectiva del nuevo testamento, es vivir de la revelación presente en Cristo. Es un vivir desde afuera, desde la perspectiva de la encarnación y la pasión del Hijo de Dios. Es un vivir en la fe que supera toda experiencia interior y se ancla en la verdad objetiva del Crucificado.
La vida del Espíritu se la vive bajo el testimonio del Espíritu, que no es otro sino el confesar la nueva realidad que Cristo ha creado entre Dios y el hombre a partir de su vida, muerte y resurrección. El que vive en el Espíritu supera su interioridad, el testimonio de su carne, que lo lleva a la desesperación:
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; 23 pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. 24 !!Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? 25 Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado.
Ahora vive de lo objetivo, de aquella realidad que se encuentra más allá de su experiencia: “Pero ahora ninguna condenación hay para los que están en Cristo”. Solo este vivir en el Espíritu puede otorgar la seguridad de salvación. Pues es sobre la experiencia del Encarnado que el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, coherederos junto con Cristo.
Mi experiencia no genera fe, por lo menos la fe verdadera. La fe no viene por el oír la experiencia de otra persona, viene por oír el evangelio: la experiencia de Cristo. Las personas deprimidas e inseguras no necesitan escuchar que el Señor les dará una bonita experiencia. La vida del hombre no puede sostenerse sustituyendo una experiencia negativa por otra positiva. Siguen siendo experiencias, interioridades que el tiempo, las personas y las condiciones, las alteran. El deprimido necesita escuchar que a pesar de su debilidad, de sus imperfecciones, Cristo lo ha redimido y justificado con un alto precio. La convicción que emana de la historia del Calvario lo llevará a encontrar el apoyo que necesita. El salmista en medio de su abatimiento e inseguridad encontró consuelo en saber que contaba con un Dios que lo amaba. Decía: ¿Por qué te abates, oh alma mía, Y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”. Ninguna experiencia por maravillosa que sea, puede darnos el consuelo que necesitamos. Solo la experiencia de Cristo, su experiencia personal, en su vivir y morir es lo que puede darnos seguridad en medio de nuestra inseguridad. Solo ella puede testificar de que somos hijos de Dios, y él es un Dios de gracia hacia los pecadores.
¿Experimentando el evangelio?
Toda experiencia es exclusiva, porque toda vivencia pertenece a aquel que la vive. El evangelio es una experiencia irrepetible, usted no puede vivir el evangelio de la misma manera en que usted no pude vivir el pasado. Tampoco lo puede experimentar, por cuanto no trata de nosotros, sino de Cristo. Si el evangelio fuera lo que Dios hace en nuestra vida, definitivamente que hablaría de nuestra experiencia.
El evangelio, dice Pablo: “es acerca del Hijo, que era del linaje de David según la carne, y que fue declarado Hijo de Dios con poder…mediante la resurrección de los muertos”. ¿Dónde en todo esto se habla de nuestra experiencia? El evangelio es una buena noticia porque es el anuncio de una experiencia que no cambia, estable. Y es así por cuanto es la experiencia de Cristo a nuestro favor. En ningún lugar de las Escrituras encontrarás que se defina el evangelio como una experiencia o que el evangelio hay que experimentarlo. ¿Dónde en la biblia los apóstoles motivaron a la iglesia a experimentar a Cristo? ¿Dónde enseñaron que lo importante era tener un encuentro místico con Dios?
Si pudieras experimentar el evangelio, —cosa que es imposible— necesitas revivir las experiencias de Cristo: obedecer como el obedeció, tener la seguridad y la confianza que el tuvo, sufrir bajo el juicio divino como el sufrió. Aquellos que quieren vivir o experimentar el evangelio, no saben lo que están pidiendo. Cristo es una persona singular porque sus experiencias fueron únicas. Nadie puede vivir las experiencias de otro, esas son únicas a esa persona. Sus experiencias pueden afectarnos, pero no podemos vivirlas en nuestra carne.
El lugar de la experiencia en la vida del adorador
No confundamos el evangelio con la experiencia del Cristiano. El creyente es un adorador y la adoración es la expresión de los efectos del evangelio sobre el creyente. El evangelio impacta, nos afecta emocionalmente, nos hace saltar de gozo, produce paz, nos hace llorar, nos hace sacrificarnos por el Señor y hasta dar nuestra vida por él. Pero ninguna de estas cosas son el evangelio, solo su fruto. ¿Por qué ninguna de estas cosas puede ser digna de confianza? Por cuanto muchas de estas mismas experiencias las confiesan tener muchos que creen el error.
El poder del evangelio no se encuentra en sostenernos cuando nos sentimos con gozo; el poder del evangelio se manifiesta cuando pasamos por el desierto, cuando estamos en nuestro Getsemaní, cuando sentimos el abandono de Dios. Solo el evangelio tiene la capacidad de darnos esperanza contra toda esperanza, sostenernos en la debilidad de nuestra fe. Solo el evangelio contiene la dulce canción que nos consuela en nuestro más profundo sentido de culpa y desesperación, al testificar a nuestra conciencia de que solo su gracia nos hace aceptables. Ningún otro mensaje puede restaurar las piernas debilitadas de los santos que tiemblan ante el poder de su propia pecaminosidad; de su experiencia más profunda de abandono. Solo el saber cómo Cristo ha cambiado nuestro estatus de culpables a Hijos de Dios nos sostiene cuando andamos por el valle de la sombra y de la muerte. Solo Cristo y su justicia puede sostenernos en la “angustia de Job”.
Cantamos en nuestra depresión, en el calabozo de nuestra desesperación, bajo la seguridad de que pertenecemos al cielo porque fuimos comprados por la experiencia de Cristo desde su nacimiento a la cruz. La adoración insensible, seca, no puede existir en aquellos que han sido impactados por esta verdad, porque es la expresión de uno que ha pasado por el valle de la desesperación y encontró su auxilio en Cristo. El que adora expresa las profundidades de su experiencia de paz y seguridad. Sin embargo, su adoración no depende de su experiencia de paz o seguridad, depende del hecho de saber que Cristo enfrentó las más horribles experiencias y permaneció fiel a su Dios, garantizando nuestro posición de Hijos.
En resumen, el evangelio no es nuestra experiencia, no se puede experimentar, por cuanto son las experiencias de otro, a saber, las experiencias de Cristo: su vivir y morir en lugar de todos nosotros. Es una experiencia única, irrepetible, de una vez y para siempre. Cuando la experiencia se constituye en la norma para determinar la verdad, la Escritura pierde su autoridad.