Hace un tiempo descubrí un video de la historia de un padre y un hijo que ilustra de manera singular lo que hizo Jesucristo para el mundo. La historia comienza en Winchester, Mass, hace 43 años, cuando el cordón umbilical de Rick, enrollado en su cuello, lo estrangulaba, causándole daño cerebral que le incapacitó por el resto de sus días para controlar su cuerpo. “Será un vegetal toda su vida” — le dijeron los doctores a Dick Hoyt y a su esposa Judy—; que lo mejor sería que, cumplido los 9 meses, lo dejaran en una institución. Pero los padres ni siquiera lo consideraron.
Años más tarde, auxiliado por una computadora, Rick fue capaz de comunicarse con sus padres. Un compañero de clase quedó paralizado por un accidente de automóvil y la escuela organizó un maratón de caridad para recoger fondos. Rick escribió: “Papa, quiero hacer eso”. Ese fue el comienzo de una vida distinta tanto para Rick como para su padre. Desde entonces su padre ha estado llevándolo a competencias de maratones. Rick corre en una silla de ruedas que su padre empuja. En el 1979 corrió en el Maratón de Boston, y han estado en innumerables competencias. Padre e hijo forman una sola persona, el padre hace el esfuerzo, carga a su hijo y su hijo desfruta de la victoria de su padre. En cada una de estas competencias Dick Hoyt ha estado cargando a su hijo.
El gran regalo de Dios
Rick Hoyt ilustra la condición desesperante en la cual se encuentra la humanidad y lo que Dios hizo para remediarla. Hoy deseo hablarte de este remedio; que, aunque muchas veces se escucha hablar de él, las personas han llegado a ser insensibles a su importancia y hasta lo menosprecian. A menudo se usa una expresión que describe esta actitud: “es como oír llover”; o sea, se está tan acostumbrado a oír lo mismo que ya no llama la atención ni causa impacto. En este momento te invito a meditar en lo que significa el nacimiento de Cristo y el valor supremo de lo que Dios hizo.
Pablo explica que nuestro Padre Celestial, movido por la triste condición en la cual la trasgresión colocó al hombre, se vio en la necesidad de proveerle tan magnifico regalo. Existe una enfermedad que llaman en ingles: “Lock-in síndrome”, traducida como síndrome de “encerrado dentro de sí mismo”. Una condición similar a la que padece Rick, la persona de la cual hablamos al principio. El enfermo lo único que puede mover de su cuerpo es la cabeza y los ojos, el resto se encuentra en total parálisis. Está conciente de todo cuanto pasa a su alrededor, si alguien viene a hacerle daño sabe lo que le espera, pero no puede hacer absolutamente nada. Del mismo modo, en lo espiritual, el hombre se encuentra como un invalido, un vegetal: encerrado en la prisión de su cuerpo. Entiende cuál será su destino, y no puede hacer nada para remediarlo. Este sentido de total impotencia le causa desesperación, desea pedir auxilio, pero no puede hablar; desea correr pero sus pies no responden; desea defenderse pero sus manos están paralizadas; vive en una constante pesadilla. Es en ese momento, angustiante y aterrador, que la gracia viene con el regalo del Cielo. Dios le da lo que necesita en el momento más desesperante. Pablo escribió:
Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo (Romanos 5: 15).
Juan 3:16 expresa que la razón por la cual el Eterno Padre hizo el regalo es por el gran amor que le tiene al mundo. Lo vio indefenso, expuesto a la fuerza del tirano enemigo que lo debilitó e incapacitó. Y no pudo mantenerse indiferente, por lo que envió un Poderoso Salvador a socorrerlo. El amor lo movió al sacrificio y lo llevó a identificarse con su condición. Únicamente la revelación puede comunicar la profundidad de ese amor que desde la eternidad concibió el plan para redimir a su creación. Un amor que va mas allá del deber o la justicia, sin ignorar ninguna de ellas. Amor sublime, incomprensible, que lo impulsa a amar al que lo aborrece y a buscar al que le da la espalda.
¡Oh, si los seres que Dios tanto ama pudieran apreciar el maravilloso regalo que les ha hecho! En una ocasión Jesús se acercó a una mujer pecadora para revelarle la gracia divina. Él le dijo: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva” (Juan 4:10). Oh mi hermano cuánto se angustiará el Cielo al ver la trivialidad con que se toma el regalo de su perdón. Si pudieras entender cuán horrible es la condición de la cual el Señor te redimió. Si pudieras apreciar cuán cerca estás del infierno y de experimentar la perdición eterna, entonces serías tú quien rogarías por compasión y misericordia. Esa compasión que ahora se toma en poco.
El contenido del regalo
Se cuenta la historia de un rey sabio y bueno que gobernó en Persia. Amaba a su pueblo, quería saber cómo vivían y cuáles eran sus dificultades. A menudo se vestía con las ropas de un hombre de trabajo o un mendigo, y visitaba las casas de los pobres; ninguno sospechó que él fuera su soberano. Una vez, visitó a un hombre muy pobre que vivía en un sótano. Comió de sus ordinarios alimentos, los mismos que los pobres comían; le habló con palabras consoladoras y fue amable con él. Luego se fue. Tiempo más tarde volvió al hogar de aquel pobre hombre, y le reveló su identidad, diciendo: “Yo soy tu rey!”. El rey pensó que de seguro le pediría algún regalo o favor especial, pero no lo hizo. Antes, le dijo muy conmovido: “Usted dejó su palacio y su gloria a visitarme en este lugar oscuro y triste. Se comió la comida que yo comí y ha traído alegría a mi corazón. A otros le ha dado grandiosos regalos, pero a mí me ha regalado su propia persona”.
Esto fue lo que hizo Dios. Juan 3:16 atestigua que el remedio para la desgracia del hombre es Jesucristo: “De tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo, para que todo aquel que en el crea no se pierda, mas tenga vida eterna”. En este lado de la eternidad no entenderás a cabalidad lo que esto significa. Será allí, en ese día cuando tus ojos se abran a las glorias del nuevo reino, que lo harás a la perfección. Mientras tanto, ahora, te toca saborear y soñar con ese día de gloria y gemir como niño porque se apresure el momento.
Cuando la Escritura afirma que Dios entregó a su Hijo pretende mostrar que el regalo lo afectó directamente. Por sus extraviados hijos dio lo más que amaba, lo que se encontraba más cerca de su corazón, el que compartía sus más íntimos secretos, el que estuvo en el eterno consejo resolviendo la tragedia humana. Debemos entender a Juan 3:16 en el contexto del capítulo uno del libro. Allí se nos explica que el Hijo no es otro sino el Verbo creador de todas las cosas, que decidió venir al mundo asumiendo nuestra humanidad. De esa manera se revela que el regalo es Dios mismo en la envoltura de la humanidad.
El regalo de Dios es un hombre, que el pecado no tocó ni incapacitó. Un hombre que vivió para enfrentar a al enemigo y librar de sus garras a sus vegetativos hijos. Ese hombre recibió por nombre Jesús porque en él se encapsulaba el propósito eterno de Dios para la salvación de su pueblo. Es el poderoso Salvador que el Cielo nos concedió. Una nueva humanidad que viniera a socorrer, levantar y tomar en sus brazos a los que el pecado incapacitó y debilitó. Uno dispuesto a cargarlos para llevarlos a la meta.
Rick representa el estado de total incapacidad de todos los seres humanos que nacen en este mundo. Nacen vegetativos, encerrados en sus cuerpos, concientes de lo que les espera; sin saber como evitar su destino. Cristo vino al mundo para correr el gran maratón de la vida, y cargar en sus brazos al hombre incapacitado para conducirlo a la meta final. El grandioso regalo de Dios nos lo dio en el Hijo, que hizo por nosotros lo que de ninguna otra forma hubiésemos podido hacer. Medita en tu real condición, obsérvate, como Rick, en ese estado vegetativo, inmóvil, conciente de lo que Dios espera de ti, pero en total impotencia para cumplirlo. No tengas más alto concepto de ti mismo que el que debes tener. Frente a la gracia eres un vegetal, nada puedes hacer, dependes por completo de otro y ese otro es el Poderoso Salvador que Dios en su amor te ha provisto para que te cargue, para que sea tus manos y tus pies. Será entonces, cuando entiendas esto en espíritu y en verdad, que tus labios expresarán adoración como lo hicieran los ángeles en el nacimiento de Jesús el Mesías cuando cantaron: ¡Gloria a Dios en las alturas!