El misterio del sufrimiento

sufrimiento

¿Por qué si Dios es un Dios de amor permite el sufrimiento? Es una de las preguntas más difíciles que hacen los no creyentes.  Y es la misma que  en ocasiones aun los cristianos nos hacemos en momentos de gran desesperación.  Esta no es una pregunta  con una simple respuesta. Todavía me atrevo a decir que no hay una que pueda satisfacer a todas las mentes inquietas.

Sin embargo, deseo compartir contigo una verdad que te ayudará a ver el problema de una forma más objetiva, desde una perspectiva totalmente diferente. Una de las dificultades al responder a esta pregunta es que se la hace desde una perspectiva puramente humano; y por lo tanto no somos del todo objetivos en  la búsqueda de la respuesta. Alguien en una ocasión dijo: si yo tuviese el poder de Dios cambiaría todas las cosas, pero si tuviese la sabiduría de Dios las dejaría como están.”   El hecho de que nuestra mente no puede siquiera comprender el universo que tiene frente a ella muestra que somos incapaces de entender la razón detrás del sufrimiento.

La Biblia relata la historia de Job, un hombre que, como todos nosotros, lo azotó el sufrimiento.  Él también se preguntó el porqué,  y hasta llegó a culpar a Dios por las experiencias que pasó.  Cuando Jehová le muestra la grandeza del universo y la complejidad del mundo en el que vivía reconoció que no tenía la capacidad de entender la mente infinita, por lo que concluyó:

“… hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mi, que yo no comprendía” Job 42:3

La pregunta que en verdad deberíamos hacernos es: ¿Cómo es posible que un Dios omnipotente, libre, que no se debe a nada ni a nadie, se halla sometido al sufrimiento?  Este misterio proclama la cruz de Cristo, y lo que nos llena de asombro. Estamos tan acostumbrados a enfocar la atención en nuestro problema que perdemos de vista que ante nosotros se encuentra un misterio todavía más incomprensible.  Con la llegada de Cristo al mundo el problema del sufrimiento ya no es un problema del hombre, éste se a convertido en el problema de Dios.

Es importante que se entienda el misterio que se encuentra detrás de esta revelación: “En toda angustia de ellos el fue angustiado”.  A partir de la caída el problema del sufrimiento es parte de la maldición que pesa sobre el mundo por haber elegido el camino de la rebelión.  Si Dios ha de redimirlo, tendrá que resolver el problema del sufrimiento. De ahí que la salvación tiene que mostrar como lo ha hecho, y es esto lo que la revelación hace. Lo que el hombre no esperaba, y mantiene al mismo universo sorprendido, es la paradoja de la redención: que fue a través del sufrimiento que Dios nos libró del sufrimiento. Aquello que se constituyó en el ataque a la veracidad y justicia de Dios, y aun a su misma existencia, es ahora razón de adoración y regocijo.

John Stackhouse nos dice:

“En Jesús vemos lo que desesperadamente necesitamos ver: A Dios cerca de nosotros, Dios trabajando entre nosotros, Dios amándonos, Dios perdonando nuestros pecados, Dios abriendo el camino a una nueva vida de amor eterno.”

Medita en las palabras del profeta, ellas aseguran que Dios no abandonó al hombre a su miseria, él la hizo suya. A menudo, cuando se nos invita a un funeral, tratamos de consolar a la persona que perdió a su ser querido, diciéndole:  “te acompaño en tus sentimientos”.  ¿Cómo podemos sufrir con otro cuando no estamos pasando por su misma situación?  La única manera de podemos entender sus sentimientos es si experimentamos el mismo momento difícil por él que ella atraviesa. Esto fue lo que Cristo hizo. La Biblia asegura que “puesto que nosotros participamos de carne y sangre el también participó de lo mismo”.  Fue así como conoció en su carne lo que significa ser en verdad un ser humano en un mundo bajo maldición.

Una película llamada “la vida apesta” presenta a un hombre rico, insensible a las necesidades de los pobres.  No tiene compasión de ellos porque no entiende lo que están sufriendo.  En una apuesta con uno de sus asociados decide vivir en la calle como un pordiosero por 30 días.

La película muestra como este hombre soportaba las incomodidades de la pobreza alentado por la seguridad de que su miseria terminaría al final de los días acordados.  De pronto la trama cambia, algo sucede; sus socios lo engañan y se apoderan de toda su fortuna. Y él queda en la total miseria. Ya no era una simple apariencia.  A partir de ese momento pudo comprender los sufrimientos de los desamparados y sin futuro alguno en el mundo.

Esta historia ilustra lo que aconteció en Jesucristo.  Nosotros somos los pobres desamparados, Cristo no pretendió tomar nuestra humanidad por un corto tiempo, lo hizo de manera permanente.  Es esta decisión la que hace que su identificación con los hombres tenga el poder que tiene.  Pues sabemos que, al hacerlo, se identificó para siempre con el problema de ellos. La Biblia testifica que siendo rico, por nuestra causa se hizo pobre.

En nuestro sufrir el fue angustiado.  Lo más significativo de ese que sufre es que es Jehová, el Dios todopoderoso.  Isaías lo llama Emmanuel que significa: “Dios con nosotros”.  Juan 1:1 lo llama la Palabra o Verbo de Dios que estuvo desde el principio con Dios y era Dios. El mismo que creó con su poder todas las cosas y sin él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho. Él, que era la fuente de la vida, decidió tomar nuestra carne.  En el verso 14  de Juan 1  se dice:

“Y aquel verbo se hizo carne y habito entre nosotros”

En el hacerse carne Dios se hermana con nosotros.  No aparenta vivir en el mundo, él se hace parte del mundo, reside y sufre con nosotros. Juan el Bautista, armado con las figuras rituales del templo, lo expresa de forma más vívida cuando vocifera:

“He aquí el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.”

En la primera verdad: Dios se hizo hombre, se describe a Cristo como el Dios eterno que se encarna; en la segunda, como el cordero que se sacrifica al llevar el pecado del mundo.  Si él hizo suyo nuestro pecado, también hizo suyo nuestro sufrimiento.  Y no algún sufrimiento, sino la suma total de todos ellos.  Cristo como ningún otro lleva el título de “Varón de dolores, experimentado en el quebranto”

Aquel Dios que en nuestra ignorancia acusamos de ser insensible, distante e indiferente al sufrimiento humano es el mismo que en la cruz se identifica con su miserable condición. “En toda angustia de ellos él fue angustiado”, son palabras de consuelo para el que sufre. Pues con ellas se le comunica que no está solo en el dolor, que no hay nada que experimente,  que Dios no haya experimento en su lugar y junto a él.

Dios entiende lo que significa ser desechado y vivir en la soledad; él la experimentó.  Él conoce lo que significa pasar hambre o vivir sin hogar; él no tuvo sobre que recostar su cabeza.  Isaías lo describe como árbol que creció en tierra seca.

Nuestro sufrir lo hizo suyo para redimirnos del sufrimiento.   No hay una explicación de por qué un Dios tan bueno continúa permitiendo el dolor en el mundo, no obstante la revelación nos muestra que el mismo Dios que guarda silencio ante nuestra interrogante,  es el mismo que decidió sufrir junto a nosotros.  ¿Dónde está Dios cuando el hombre sufre? encuentra respuesta en Cristo.  Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo.  Se encontraba en Cristo llevando el sufrimiento que mereció el hombre por su rebelión. Ante esta maravillosa revelación de la gracia divina, hoy podemos decir como el ladrón en la cruz:

“Nosotros estamos sufriendo con toda razón, porque estamos pagando el justo castigo de lo que hemos hecho; pero este hombre no hizo nada malo” (Lucas 23:41).

El mensaje cristiano proclama que en el momento en que Dios tomó nuestra humanidad hizo suya nuestra historia.  Desde ahora y para siempre todo hablar de Dios es inseparable del sufrimiento humano. Llegar pues a comprender al Dios que sufre es llegar a comprender nuestro propio sufrimiento.

Jesús mismo nos enseñó que la vida eterna consiste en llegar a conoce a Dios y a Jesucristo a quien él ha enviado.  Con estas palabras expresó que su persona es la revelación del Dios que se oculta en el silencio.  Él es el Hablar de Dios, el Verbo divino; o como dice en otro lugar las Escrituras: “Dios nos ha hablado por el hijo”.  Por extraño que parezca,  es a través del sufrimiento que nos ha hablado.  Evadir el sufrimiento es dejar de escuchar a Dios, pues aún continúa hablándonos a través del Hombre del Calvario, de su Hijo que sufre.  Ser parte de Cristo significa experimentar el sufrimiento.

Presta atención, nuestra redención se encuentra en el sufrimiento.  Es en el sufrir de Jesús como cordero que el pecado, la maldición y el sufrimiento mismo perdieron su poder sobre nuestra vida.  Pues ninguna condenación hay para los que están en Cristo. El apóstol Pablo nos enseña que por esta gracia estamos firmes y nos gloriamos aun en las tribulaciones:

También nos alegramos al enfrentar pruebas y dificultades porque sabemos que nos ayudan a desarrollar resistencia. Y la resistencia desarrolla firmeza de carácter, y el carácter fortalece nuestra esperanza segura de salvación. Y esa esperanza no acabará en desilusión. Pues sabemos con cuánta ternura nos ama Dios, porque nos ha dado el Espíritu Santo para llenar nuestro corazón con su amor (Romanos 5:3-5 NTV).

Cuando ves el sufrimiento a la luz de la cruz éste adquieren un significado totalmente distinto.  Por lo que Pablo decía: “no me gloriare en ninguna otra cosa sino en la cruz de Cristo”.  Gloriarse en la cruz es reconocer que Dios resolvió el problema humano a través de los sufrimientos de su Hijo. Bonhoffer, un mártir cristiano del holocausto alemán, escribió:

“Si hemos encontrado la paz de Dios se mostrará por la manera en que tratamos el sufrimiento que nos sobreviene. Hay muchos cristianos que se postran ante la cruz de Jesucristo, sin embargo rechazan y luchan contra cada tribulación en sus propias vidas. Ellos piensan que aman la cruz de Cristo, no obstante aborrecen la cruz en sus propias vidas. En verdad ellos aborrecen también la cruz de Jesucristo…”

Hoy día muchos predican un evangelio que evade el sufrimiento.  Prometen que los cristianos dejarán de sufrir, otros que no se enfermarán.  Este es un evangelio sin sufrimiento, un evangelio sin la cruz. El Cristo de los evangelios es un Cristo que enfrenta  el problema del dolor humano, que hace suya la maldición que nos pertenecía; un Cristo que vivió en el sufrimiento, y con el cual se identificó en todo momento.

La Biblia enseña que por la fe en Cristo Dios nos incorpora en su iglesia.  La que también lleva por nombre “el cuerpo de Cristo”.  En este Nuevo Hombre  todo lo que le pertenece a la cabeza le pertenece al cuerpo.  Donde está la cabeza está el cuerpo; lo  que hace uno, lo hace el otro; lo que sufre uno lo sufre el otro.  En Cristo sufrimos nuestra maldición delante de Dios; en nosotros, como su cuerpo, él continúa sufriendo en el mundo.  Es esto lo que significa que “en toda angustia de ellos el fue angustiado”.  Al pensar en esto Pablo, en una de sus cartas, expresó que nuestros sufrimientos completan lo que falta a los sufrimientos de Cristo.  Esto no significa que sus sufrimientos no fueron completos en la cruz.  Nada podemos añadir a los sufrimientos infinitos del Hombre del Calvario.  Pero este mismo ser que se entregó al dolor para librarnos de nuestra maldición continúa sufriendo en los sufrimientos de su iglesia hasta el fin de los días, cuando la vindicará para siempre.

Sí, Cristo murió para librarnos de este mundo de sufrimientos.  Pero es necesario que con paciencia aguardemos un poco más, y al final heredaremos la promesa.  Cuando el dolor llegue a tu vida recuerda estas palabras consoladoras: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.”

Es mi exhortación para el que sufre, para el que está experimentando la prueba, para el que se pregunta el porqué del sufrimiento en su vida, que venga a Cristo.  En él podrá satisfacer las necesidades de su alma y encontrar respuestas a sus inquietudes.

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