Vez tras vez leo autores o escucho a predicadores decir: “la salvación es un proceso”. Proceso implica una acción que está en progreso y no se ha concluido. Quienes enseñan esta doctrina pretenden que Dios terminará la salvación en la transformación del hombre, y por lo tanto ésta no se concluyó en la cruz. ¡Cuán poco entienden estas almas ingenuas lo que es la perfección divina! ¡Son muy pocos los hombres que, como Isaías, tiemblan ante la presencia de Dios! Y, como resultado, no aprecian la importancia de la encarnación y la necesidad de la expiación por el pecado. Se hablan de ellas de manera superficial y pasajera; como unas doctrinas entre tantas. La pobre comprensión de estas verdades se muestra en la enseñanza que sostiene que la salvación es un proceso, centrada en la experiencia subjetiva.
El diccionario define “Proceso” como: “conjunto de las diferentes fases o etapas sucesivas que tiene una acción”. Ejemplo de un proceso que culmina una acción sería la construcción de una casa. El proceso comienza con el diseño del plano, la preparación del terreno, la construcción de la base que sostendrá el edificio, etc. El proceso culmina cuando entregan la casa al dueño.
Los que creen en la salvación como un proceso la presentan en dos etapas, la primera la inicia Cristo con su muerte; la segunda, la inicia Dios por medio de su Espíritu en el corazón del hombre. Hasta que la segunda etapa no concluya, la salvación no se ha completado. Una enseñanza como ésta pone más énfasis en la segunda etapa que en la primera. La siguiente cita muestra esto:
“muchos creyentes cuentan con “Cristo por nosotros” pero no con “Cristo en nosotros”; sin embargo es “Cristo en nosotros” quien es la esperanza de gloria. Esto quiere decir: la vida-resucitada celestial sólo puede ser impartida a nosotros cuando permitimos que Cristo viva en nosotros. El perdón de los pecados, tan importante y necesario como es, no es suficiente para esto.” (A Theology of the Holy Spirit, pág. 233, Frederick Dale Bruner)
En este modo de pensar la salvación no se completó en la cruz, y solo alcanzará su “consumado es” cuando se termine el proceso santificador y purificador en nosotros. La obra de Cristo se la concibe como insuficiente, y requiere de nuestra experiencia subjetiva, de creer, arrepentirnos, confiar y perseverar, etc para que la salvación sea una realidad.
El error como resultado de lo que creen por salvación. En el libro de Romanos Pablo habla de ella como “redención”. Redención significa que se efectuó el pago para liberar al hombre culpable de la justa ira del juicio de Dios. Dios mismo realizó el pago mediante el ofrecimiento de su Hijo en propiciación por nuestros pecados. Lo cual revela que la salvación, desde la perspectiva bíblica, resulta de la obra del Padre en la persona del Hijo; nada tiene que ver con lo que acontece en nosotros y, por consiguiente, es de carácter totalmente objetiva.
Con su vida, muerte y resurrección Cristo cumplió las demandas de la justicia divina, haciendo posible que el impío sea absuelto y justificado de toda acusación. Cuando enseñamos que la salvación es objetiva, queremos decir que el hombre no participa en ella en el más mínimo grado. Es como la creación, ¿le ayudó el hombre a Dios a crear? Cuando éste vino a la existencia, ya todo estaba acabado. De igual manera, cuando el evangelio se le anuncia al hombre, ya la salvación hacía tiempo que se había consumado. Nuestra fe, arrepentimiento, dolor por haber pecado, el abandono de nuestra vida de pecado, etc.; ninguna de estas cosas —por nobles que sean— pueden cambiar, añadir o complementar la obra de Jesús, y que el Padre Celestial aceptó… mucho antes que nosotros la aceptáramos.
Al confesar que la salvación son los actos de Dios en la historia humana en la persona de Cristo, sostenemos que la salvación es un proceso que tuvo su alfa y omega, su principio y fin en la experiencia de Jesucristo. A lo que nos oponemos es a que se enseñe que es el Espíritu de Dios en la experiencia del hombre quien pone punto final a ese proceso. El proceso de la salvación se inició cuando Dios se hizo hombre, se desarrolló durante los 33 años en la vida del Salvador y se le puso punto final cuando el Segundo Adán resucitó de entre los muertos y se sentó a la diestra de Dios. Este es el testimonio de las Escrituras:
“… Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:5-11).
“En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (Hebreos 10:10).
La resurrección es el testimonio del “consumado es” de Jesús. La manera de Dios testificar que ya se había cumplido con los requisitos de la justicia, que había aprobado la ofrenda de Cristo. Todo proceso produce un producto, en este caso, el producto es la nueva justicia que se encuentra en Cristo y que es el fundamento para la justificación del impío. Cristo es el producto final, en el tenemos cumplido lo que Dios se propuso hacer: una humanidad en armonía con su creador, reinando en los cielos.
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