El relato de la transfiguración ilustra el poder de las experiencias. Previo a su muerte, Cristo selecciona a tres de sus apóstoles: Pedro, Santiago y Juan para que contemplen las primicias del nuevo reino. Mientras oraba, el aspecto de su cara cambió, y su ropa se volvió muy blanca y brillante; y aparecieron dos hombres conversando con Él. Eran Moisés y Elías, rodeados de un resplandor glorioso y hablaban de la partida de Jesús de este mundo que iba a tener lugar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que estaban con él. Cuando aquellos hombres se separaban de Jesús, Pedro le dijo: Maestro, ¡qué bien que estemos aquí! Habían tenido una grandiosa experiencia, hubiesen permanecido allí para siempre. Pero aquella experiencia era pasajera, tarde o temprano tendrían que bajar a enfrentar la realidad.
Al día siguiente, cuando bajaron del monte, una gran multitud salió al encuentro de Jesús. Y un hombre de entre la gente le dijo con voz fuerte: Maestro, por favor, mira a mi hijo, que es el único que tengo; un espíritu lo agarra, y hace que grite y que le den ataques y que eche espuma por la boca. Lo maltrata y no lo quiere soltar. He rogado a tus discípulos que le saquen ese espíritu, pero no han podido. Jesús contestó: ¡Oh gente sin fe y perversa! ¿Hasta cuándo tendré que estar con ustedes y soportarlos? Trae acá a tu hijo (Lucas 9:28-43).
Aceptar la realidad: el camino a la
recuperación
Al igual que los discípulos, necesitas aceptar que vives en un mundo donde los demonios atormentan a los hombres y a menudo, como ellos, te sentirás impotente ante la presencia del mal. El cristianismo habla de la vida tal cual es; de los sufrimientos, de las injusticias del mundo, de los fracasos de hombres nobles, y de las pasiones más degradantes. La realidad es que los hombres sufren, que el mal está presente en la creación de Dios, que la muerte separa a las personas de sus amados, que el mundo se encuentra lleno de injusticias y existe la pobreza y el hambre.
Hay un mundo real con el cual todos tienen que luchar. La fe cristiana lo pinta tal cual es, sin adornos; habla de las rosas al igual que de sus espinas; de las praderas hermoseadas por su verdes pastos, como de sus desiertos secos y áridos. Al creer, el cristiano no escapa de las contrariedades del mundo, pero el evangelio le da las herramientas para hacerles frente. No le promete que dejará de sufrir, o que vivirá como rico, en una ininterrumpida felicidad. Muy al contrario, habla del valle de la sombra y de la muerte, aunque le asegura que Dios estará con él. El problema de muchos es que desean negar esa realidad, van a la iglesia para alimentar el éxtasis, la experiencia del monte, y no quieren bajar de la nube; y esto trae consecuencias negativas sobre sus personas, al igual que sobre sus cónyuges.
Para evitar que experiencias negativas te controlen y te destruyan acepta la realidad, y entiende cómo la revelación de lo que Dios hizo en Cristo impacta tus emociones. En la experiencia de Cristo, su historia, se aprecia, como nunca antes, la maldad del mundo, pero también la solución a su problema. Descubres que la vida tiene significado, que eres importante para Dios y que hay futuro más allá de la oscura noche del mundo. Descubres la victoria del reino de Dios y la destrucción del mal. Viktor E. Frankl muy bien dijo que las dificultades y catástrofes de la vida debilitan a la débil fe aún más, pero a una fe fuerte, la fortalecen.
El cristianismo es una religión del desierto. Al igual que Israel, Dios sacó a su pueblo de Egipto: de la esclavitud del pecado y de una vida sin sentido, y le promete llevarlos a Canaán, la tierra de la promesa: el nuevo reino, un mundo perfecto privado de la corrupción y la maldad que hoy ven; pero les hace claro que aún no han llegado a ella.
La pareja que desee tener un matrimonio feliz debe reconocer este hecho. La relación que mantiene el uno con el otro, la viven y la experimentan en el desierto de la vida, entre espinas y cardos. Dios promete darles el conocimiento que necesitan para confrontar los problemas y preocupaciones del desierto, y al Espíritu Santo para producir en ellos paciencia, y recordarles el futuro que les aguarda. Es esta verdad la que les permite ver la vida de manera diferente, y gozarse en medio del sufrimiento. Animados con la seguridad de que: “a los que a Dios aman todas las cosas ayudan a bien. Esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.